¡Oh, damas y caballeros, noble audiencia! Reuníos a mi alrededor, mientras les tejo un cuento de gloriosas maravillas y divinas proezas, que ha sido traído de las tierras de Theros por los propios vientos susurrantes.

En lo alto de una montaña majestuosa, donde el sol pintaba de oro las cumbres y las nubes danzaban alrededor, se alzaba el grandioso Templo de los Dioses, resplandeciendo como un diamante entre el firmamento estrellado.

Y en aquel sagrado lugar, un joven sacerdote, de corazón puro y dedicado a la fe, preparaba un rito de ofrenda, como el dulce canto de un ruiseñor en la noche. Había cosechas abundantes y prosperidad en la tierra de Theros, y como muestra de gratitud, los aldeanos reunieron tesoros de la tierra y del alma, con los cuales honrar a sus divinidades.

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Mas, en medio del rito solemne, un manto dorado de neblina se deslizó hacia ellos como un susurro del destino. De aquel halo etéreo emergió una visión de belleza incandescente, la mismísima Nylea, diosa de la caza y la naturaleza. Su cabellera verde como el follaje y sus ojos resplandecientes de luz, inspiraban reverencia y asombro a todos los presentes.

El joven sacerdote, de rodillas ante la diosa, ofreció sus palabras con humildad y gratitud. «¡Oh, Diosa Nylea! Vuestra generosidad ha embellecido nuestras vidas y colmado nuestros campos de maravillas. Estas ofrendas son el fruto de nuestro amor y devoción a vos, oh diosa majestuosa».

Con voz melodiosa, Nylea respondió con sabiduría y ternura. «Vuestra fe y afecto han llegado a mis oídos como dulces melodías, y en mi corazón hallan eco. Por ello, os otorgo una bendición, para que cuidéis de la naturaleza con ternura y améis a todos los seres vivientes, como los rayos cálidos del sol acarician la tierra».

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Entonces, con un gesto divino, Nylea tocó las ofrendas, y estas brillaron como estrellas danzarinas en la noche. Un aura dorada envolvió a los presentes, y el aire se impregnó de una paz celestial y un amor sin límites.

Y así, el templo se volvió aún más sagrado, y la bendición de Nylea se extendió por cada recoveco de Theros. El joven sacerdote, con el corazón iluminado, guio a su pueblo con sabiduría y compasión, y la tierra misma parecía cantar con gratitud por la gracia divina recibida.

Oh, damas y caballeros, esta es la historia de cómo los dioses de Theros, en su esplendor y generosidad, se acercaron a los mortales, entrelazando sus vidas y sueños con un hilo de luz y esperanza. Que esta historia permanezca en vuestra memoria como un eterno canto de maravillas y que la bendición de los dioses ilumine vuestro camino, siempre y por siempre jamás.

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Basado en la expansión «Nacidos de los Dioses«